jueves, 25 de enero de 2018

1 SAMUEL. CAPÍTULO 2.

Canto de Ana (Sal 113; Lc 1,46-55) 

21Y Ana rezó esta oración:
<<Mi corazón se regocija
por el Señor,
mi poder se exalta por Dios,
mi boca se ríe
de mis enemigos,
porque celebro tu salvación.
2No hay santo como el Señor,
no hay roca como
nuestro Dios.
3No multipliquéis
discursos altivos,
no echéis por la boca
arrogancias,
porque el Señor es
un Dios que sabe,
él es quien pesa las acciones.
4Se rompen los arcos
de los valientes,
mientras los cobardes
se ciñen de valor;
5los hartos se contratan
por el pan,
mientras los hambrientos
engordan;
la mujer estéril
da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos
queda baldía.
6El Señor da la muerte y la vida,
hunde en el abismo y levanta;
7da la pobreza y la riqueza,
el Señor humilla y enaltece.
8Él levanta del polvo
al desvalido,
alza de la basura al pobre,
para hacer que se siente
entre príncipes
y que herede un trono glorioso,
pues del Señor
son los pilares de la tierra
y sobre ellos afianzó el orbe.
9El guarda los pasos
de sus amigos
mientras los malvados
perecen en las tinieblas
-porque el hombre no triunfa
por su fuerza-.
10El Señor desbarata
a sus contrarios,
el Altísimo truena
desde el cielo,
el Señor juzga
hasta el confín de la tierra.
El da autoridad a su rey,
exalta el poder de su Ungido>>.

Samuel y Elí 

11Ana volvió a su casa de Ramá, y el niño estaba al servicio del Señor, a las órdenes del sacerdote Elí. 12En cambio, los hijos de Elí eran unos desalmados: 13no respetaban al Señor ni las obligaciones de los sacerdotes con la gente. Cuando una persona ofrecía un sacrificio, mientras se guisaba la carne, venía el ayudante del sacerdote empuñando un tenedor, 14lo clavaba dentro de la olla o caldero o puchero o cazuela, y todo lo que enganchaba el tenedor se lo llevaba al sacerdote. Así hacían con todos los israelitas que acudían a Siló. 15Incluso antes de quemar la grasa, iba el ayudante del sacerdote y decía al que iba a ofrecer el sacrificio:
-Dame la carne para el asado del sacerdote. Tiene que ser cruda, no te aceptaré carne cocida.
16Y si el otro respondía:
-Primero hay que quemar la grasa, luego puedes llevarte lo que se te antoje.
Le replicaba:
-No, O me la das ahora o me la llevo por las malas.
17Aquel pecado de los ayudantes era grave a juicio del Señor, porque desacreditaban las ofrendas al Señor.
18Por su parte, el muchacho Samuel seguía al servicio del Señor y llevaba puesto un roquete de lino. 19Su madre solía hacerle un manto, y cada año se la llevaba cuando subía con su marido a ofrecer el sacrificio anual. 20Y Elí echaba la bendición a Elcaná y a su mujer:
-El Señor te dé un descendiente de esta mujer, en compensación por el préstamo que ella hizo al Señor.
Luego se volvían a casa.
21El Señor se cuidó de Ana, que concibió y dio a luz tres niños y dos niñas. El niño Samuel crecían en el templo del Señor.
22Elí era muy viejo. A veces oía como trataban sus hijos a todos los israelitas y que se acostaban con las mujeres que servían a la entrada de la tienda del encuentro. 23Y les decía:
-¿Por qué hacéis eso? La gente me cuenta lo mal que os portáis. 24No, hijos, no está bien lo que me cuentan; estáis escandalizando al pueblo del Señor. 25Si un hombre ofende a otro, Dios puede hacer de árbitro; pero si un hombre ofende al Señor, ¿quién intercederá por él?
Pero ellos no hacían caso a su padre, porque el Señor había decidido que murieran.
26En cambio, el niño Samuel iba creciendo, y lo apreciaban el Señor y los hombres.
27Un profeta se presentó a Elí y le dijo:
-Así dice el Señor: <<Yo me revelé a la familia de tu padre cuando eran todavía esclavos del Faraón en Egipto. 28Entre todas las tribus de Israel me lo elegí para que fuera sacerdote, subiera a mi altar, quemara mi incienso y llevara el efod en mi presencia, y concedí a la familia de tu padre participar en las oblaciones de los israelitas. 29¿Por qué habéis tratado con desprecio mi altar y las ofrendas que mandé hacer en mi templo? ¿Por qué tienes más respeto a tus hijos que a mí, cebándolos con las primicias de mi pueblo, Israel, ante mis mismos ojos?
30>>Por eso -oráculo del Señor, Dios de Israel-, aunque yo te prometí que tu familia y la familia de tu padre estarían siempre en mi presencia, ahora -oráculo del Señor- no será así. Porque yo honro a los que me honran y serán humillados los que me desprecian.
31>>Mira, llegará un día en que arrancaré tus brotes y los de la familia de tu padre, y nadie llegará a viejo en tu familia. 32Mirarás con envidia todo el bien que voy a hacer; nadie llegará a viejo en tu familia. 33Y si dejo a alguno de los tuyos que sirva a mi altar, se le consumirán los ojos y se irá acabando; pero la mayor parte de tu familia morirá a espada de hombres. 34Será una señal para ti lo que le vas a pasar a tus dos hijos, Jofní y Fineés: los dos morirán el mismo día.
35>>Yo me nombraré un sacerdote fiel, que hará lo que yo quiero y deseo; le daré una familia estable y vivirá siempre en presencia de mi ungido. 36Y los que sobrevivan de tu familia vendrán a prosternarse ante él para mendigar algún dinero y una hogaza de pan, rogándole: "Por favor, dame un empleo cualquiera como sacerdote, para poder comer un pedazo de pan">>.

Explicación.

2 En el capítulo no se lee -y se podía esperar- un oráculo de anunciación pronunciado por el sacerdote (como en los casos de Ismael y Sansón). Repitiendo 21 veces el nombre del Señor, subraya el sentido religioso del hecho y articula la narración: siete veces la primera parte, sobre la esterilidad, con la octava comienza la súplica, con la decimoquinta comienza la vuelta de la mujer. Hacen eco las siete presencias del verbo clave "pedir".

2,1-10 En rigor este himno es un canto de victoria pronunciado por un rey al volver de la batalla. Haría buena compañía a los salmos 20 y 21 formando con ellos un tríptico.

La victoria ha sido obra del Señor, que actúa en la teofanía cósmica (v. 10a) y comunica su fuerza al rey (v. 10b). Por eso el rey puede sentirse unido al Señor en el gozo de la victoria. Frente al poder de los enemigos, apoyados en otras divinidades, el Señor ha mostrado su santidad exclusiva, es decir, su superioridad trascendente y su gobierno justo, y también su fortaleza protectora (v.2).

En la victoria del débil se ha revelado la soberanía del Señor, que dirige eficazmente el curso de la historia. Esta se presenta a los ojos como un columpio en que lo bajo sube y lo alto baja: valientes y cobardes, hartos y hambrientos, fecunda y estéril (vv. 4-7). Esta alternancia extrema de las suertes no es la ciega fortuna que repite su eterno girar sin sentido. Es acción de Dios, que se enfrenta con la responsabilidad humana: porque lo alto lleva el signo de la arrogancia (v.3) y de la maldad (v.9), mientras que lo bajo representa la humildad y amistad con Dios. El cambio de las suertes es la acción de quien conoce exactamente las acciones humanas (v.3) y puede juzgarlas con autoridad.

La victoria de Dios desborda los límites de la historia y alcanza otras dos esferas: la cósmica, ya que Dios afianzó el orbe (v.8), y el límite definitivo del hombre, la frontera de la vida y la muerte (v.6). La victoria del rey ha sido como el ángulo con que incide en la historia un colosal triángulo: un acto breve y menudo sobre el que gravita la soberanía trascendente de Dios. Esto ha revelado la historia y esto canta el rey en tonalidad de gozo mayor (v.1), que asume esa pequeña risa de triunfo sobre los enemigos.

¿Y por qué pronuncia Ana este himno de victoria real? El autor que introdujo este himno posterior en este sitio se dejó llevar quizá de4 la referencia a la fecunda y la estéril: Ana, despreciada por su rival fecunda, ahora es madre de un hijo que será famoso. También la suya es una victoria que puede revelar o conjurar el repertorio de las acciones soberanas de Dios. Y quizá esa referencia al rey al principio del libro contenga una sutil alusión a los futuros acontecimientos. El autor que inserta aquí este himno sabe muy bien que el hijo de Ana ha de ungir reyes.

El  himno abunda en reminiscencias de los salmos o coincidencias con ellos. El desarrollo se basa en las oposiciones simétricas, regulares, de extremos, subrayadas con múltiples efectos sonoros más llamativos que ingeniosos. Parece haber inspirado el Magnificat.

2,1 El comienzo se destaca por su construcción: tres enunciados muy paralelos, morfológicamente en tercera persona, desembocan violentamente en el hemistiquio que hace explícito el diálogo: mente, poder (cuerno), boca, yo-tú. La tercera pieza sirve para cerrar en inclusión el salmo, indicando que el yo anónimo es el rey.

La salvación equivale a la victoria, y así se podría traducir. Véanse Sal 5,12; 9,2; 35,21.

2,2 Véanse Sal 95,1; 99.

2,3 El texto hebreo parece burlarse del estilo de los arrogantes: al tarbu tedabberu geboha geboha. Véanse Sal 75,6; 94,4.

2,5 Véanse Sal 113,9.

2,6 En medio del himno suena esta confesión central: aquí se exalta el Señor, más que en su poderío cósmico. Porque la estéril tiene una matriz muerta (Rom 4,193, dar la fecundidad es hacer revivir. Véase Sal 30,4). Este verso con el siguiente, repitiendo el nombre del Señor, le asigna siete participios comenzados por m-; auténtica concentración de predicados.

2,7 Véase Sal 75,8.

2,8 Véanse Sal 113,7 y 24,2; 75,4; 104,5. Lo cósmico aparece aquí con una estabilidad que contrasta con los cambios de la historia.

2,9 Véase Jue 6,14; Sal 20,8; 21,2.

2,10 Véase Sal 29; 72,8; 96,10.

2,11-36 Aquí comienza un montaje paralelo que va oponiendo el crecer de Samuel al agravarse del pecado de los hijos de Elí, y también del mismo Elí. Los miembros o piezas del montaje se reparten así:

2,11 Ministerios de Samuel.

2,12-17 Los hijos de Elí abusan de su cargo.

2,18-21 Samuel crece y crece su familia.

2,22-25 Nuevo pecado de inmoralidad; reprensión y endurecimiento.

2,26 Samuel sigue creciendo.

2,27-36 Oráculo de un profeta a Elí.

3,1ss Oráculo del Señor llamando a Samuel.

El crecimiento de Samuel es físico y espiritual, y es cauce de bendición para sus padres en virtud de la renuncia, es una presencia silenciosa que condena a los ministros del culto. No siendo de familia sacerdotal, se ocupará de servicios secundarios en el templo.

El pecado de los hijos de Elí es triple: contra el culto, contras las mujeres al servicio del santuario, contra su padre. Culto: una cosa es vivir del altar, lo cual está permitido y reglamentado (la legislación posterior de Lv 7,28-36 recoge tradiciones más antiguas; compárese también con Jue 17), otra cosa es abusar de la ofrenda no respetándola y desacreditándola ante el pueblo. El segundo pecado también es abuso del cargo; desacredita y amenaza el servicio de las mujeres en el templo (del que hablan Ex 35,25ss; 38,8). El tercero es pecado de contumacia.

2,11 Sobre los servicios complementarios en el santuario véase Nm 8,23-26, posterior a la reforma del culto.

2,12 "Respetar", conocer, reconocer al Señor es en síntesis la actitud del hombre religioso; mucho más debido al mediador del culto. Véanse Jr 2,8 (sacerdotes y doctores de la ley); 4,22 (el pueblo); 9,2.5; 10,25 (negativo); 31,34 (nueva alianza); Os 2,22 (el pueblo); 5,4. El autor juega burlescamente con el apellido de los jóvenes: bene ´eli-bene beliya´al.

2,13 Otros traducen comenzando frase en este verso: "Los sacerdotes procedían así con el pueblo". Esta lectura incluye una burla amarga, porque la palabra hebrea que designa la costumbre, mishpat es la palabra técnica que designa el derecho y el deber del sacerdote. Sobre los sacrificios: Lv 1-7.

2,14 Los nombres de las vasijas son diversos -quizá posteriores- en Ex 35,25ss.

2,16 "Lo que se te antoje" en el original contiene una burla disimulada y cruel, porque la expresión significa desear y también tener apetito; compárese "dar la gana-tener gana". Compárese con la avidez en el desierto, con el mismo verbo o raíz: Nm 11,31-34; Sal 106,14.

2,17-18 Repitiendo la fórmula "en presencia del Señor" (en la construcción original), el autor subraya el contraste de pecado y servicio.

2,23-25 El argumento de Elí no está claro: en el paralelismo se repite el verbo ofender (pecar), se cambia Dios-Señor, arbitrar interceder. Quizá se refiera a los sacrificios "por pecado", con los que el hombre expía ofensas contra el prójimo (Lv 5,20-26); si se invalidan los ritos sacrificiales, como hacen los jóvenes, se cierra el camino de la reconciliación. Sólo la conversión radical podrá restituir el valor del culto y su eficacia expiatoria.

Elí es blando en la reprensión, no toma otras medidas, y así se hace cómplice de sus hijos. Dios ha decidido su muerte por su contumacia: véanse Ex 10,1; Is 6,10.27-36.

El autor principal del libro inserta aquí una profecía que adelante un hecho, para iluminar la historia próxima. El profeta (hombre de Dios, Jue 6,8 y 13,6) propone una profecía y una reflexión teológica explicativa. La fórmula empleada es clásica: recuerda el beneficio de Dios, o sea la elección, de Aarón, para subrayar por contraste el pecado; después denuncia el pecado concreto y conmina la pena; añade un signo que comprueba el oráculo.

El beneficio: supone ya establecida la tradición que leemos en el Éxodo, de Aarón como sumo sacerdote. Revelación y elección se articulan como en Ez 1-2, o Is 6 o Ex 3 (Moisés). Pecado: los hijos regatean a Dios las ofrendas para engordar a costa del culto, el padre honra (kbd) a sus hijos más que a Dios: lo que había de ser honrar a Dios se convierte en su desprecio, el culto se profana en manos de los sacerdotes. Castigo: enuncia la ley general de la retribución y la aplica al caso; el castigo responde al pecado: envidia por envidia, debilidad por afán de engordar, llanto por gloria. El signo se encuentra en la misma línea, porque en los dos hijos comienza a ejecutarse la sentencia.

Finalmente -nos dice intencionadamente el auto- la profecía introduce la elección de una nueva dinastía sacerdotal, la dinastía de la dinastía de Elí; véase el cumplimiento en 2 Re 23. La adicción de este elemento repite el esquema de Is 22,15-25 (el mayordomo de palacio).

2,26 Lc 2,52.

2,30 La expresión hebrea es casi un juramento, califica de execrable lo que se rechaza; y tiene fuerza especial atribuido a Dios, Gn 18,25.

2,33 Véanse las maldiciones de Lv 26,16 y Dt 28,65. Los posesivos son dudosos: el hebreo dice "tus ojos, te irás acabando".

2,35 El lenguaje es semejante al de la promesa davídica (2 Sm 7); véase también 1 Re 11,38 (Salomón). Aquí está formulada, en la ficción de la profecía, la vinculación de la familia sacerdotal a la dinastía de David.

2,36 Es curioso que el verbo hebreo (muy raro) de dar colocación, asociar, tenga aquí las mismas consonantes en otro orden que el nombre de Dineés.

Los cinco incisos (incluido 3,1) que hablan de Samuel lo presentan en presencia o compañía del Señor.

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